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1euro

A partir de este artículo en El País he estado meditando sobre diversos datos relativos al déficit, al gasto público y a las recetas centroeuropeas de austeridad para los países del sur.

Llevamos ya un tiempo hablando de que nuestro cociente deuda/PIB se acerca peligrosamente a 1. Este año, superaremos sobradamente el 90% de PIB. Y como dice en el artículo, semejante deuda tiene consecuencias muy duras. Por ejemplo, este año destinaremos más dinero al pago de intereses que a los seguros por desempleo (y no son precisamente una partida pequeña).

Independientemente de la opinión de los economistas del bando austero o del pro-crecimiento y de las teorías, ciertas o no, de Rogoff/Reinhart (merece la pena leer su historia), la realidad es que en España tenemos que hacer algo con la deuda. No podemos seguir acumulando deuda mientras miramos para otro lado. Nuestros políticos llevan mucho tiempo actuando con dinero que no tienen y les ha sido mucho más fácil pedir prestado a los mercados que subir impuestos a los ciudadanos. Ahora estamos pagando su pésima gestión.

Y me quedo con otra frase del artículo: «Toda receta sobre la deuda provoca alguna pérdida: a los accionistas, a los contribuyentes, al tesoro, o al ahorro vía inflación«. El momento para haber tomado medidas era la época de las vacas gordas pero nadie quiso mirar más allá de su ombligo. Ahora tenemos poco margen de maniobra, por lo que quizás sólo sea momento para aguantar el tirón y aplazar ciertas decisiones. Pero no podemos olvidar la gran asignatura pendiente: un gran pacto en el que se piense por fin en el largo plazo (no a cuatro años vista) y se aborde la racionalización del gasto público de una vez por todas.

Racionalizar el gasto público no tiene por qué significar necesariamente una pérdida de derechos como nos quiere hacer creer el partido de la oposición de turno. RACIONALIZAR NO ES RECORTAR (y lo pongo en mayúsculas para que quede claro). Racionalizar significa gastar con cabeza. Vamos, lo que todos hacemos en nuestras familias: me encantaría tener un chalet de 3 plantas en primera línea de playa y un cochazo en la puerta, pero mis deseos mundanos no tienen por qué sumergir a mi familia en una espiral de obligación de ganar para pagar, mucho más allá de lo que podemos asumir.

Racionalizar el gasto público significa que se acaben los sueños de grandeza de los políticos y dejen de construir infraestructuras faraónicas como auditorios sin músicos, aeropuertos sin aviones, autopistas sin coches y un triste y lamentable etcétera.

Racionalizar el gasto público significa tener menos políticos pero mucho mejor formados y ahorrarnos centenares de asesores, informes y estudios. Los políticos de carrera y las asignaciones a dedo deberían de acabarse. La figura del «asesor» debería pasar a ser remunerada con prestigio, no con dinero.

Racionalizar el gasto público significa acabar con muchas de las miles de empresas privadas de gestión pública que son una forma de ocultar el tremendo boquete de gasto y acumulación de deuda que tiene la administración, mediante contabilidad creativa. (Merece la pena leer éste artículo sobre la lamentable gestión de Madridec y la famosa operación de «transmisión del usufructo de Mercamadrid«).

Racionalizar el gasto público significa acabar con las duplicidades entre administraciones centrales, autonómicas y locales, que forman una maraña burocrática que lejos de ayudar al ciudadano le ponen más y más pegas. Creo en el modelo de «supervisión central con actuación local», pero sin duplicidades que multipliquen el gasto.

Racionalizar el gasto público significa que la tecnología aterrice en la administración de una vez por todas para acabar con el «rellene usted este impreso y traiga fotocopias«. Tenemos un flamante DNI digital que debería bastar para hacer cualquier trámite en cualquier administración.

Racionalizar el gasto público significa tener claro que hay que gastar primero en lo que realmente importa: un país se construye sobre una base sólida de solidaridad, con personas sanas que tienen un acceso universal y gratuito al sistema sanitario y con un sistema educativo público de vanguardia que nos permita edificar una sociedad basada en el conocimiento, enterrando de una vez la España de la pandereta y el ladrillo.

En definitiva, racionalizar el gasto público significa que si gastamos menos, podremos poner a raya al cociente maldito de deuda/PIB. Pero siendo conscientes de que gastar menos no implica necesariamente apalearnos con pérdidas de derechos. Sólo se trata de gastar con cabeza, como si el dinero fuera tuyo. ¿Por qué los políticos hacen cosas con nuestro dinero que no harían en su casa? Yo al menos, no lo entiendo.