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He estado mirando para comprarme unas zapatillas deportivas de loneta de color rojo. He visitado varias zapaterías de mi barrio para comparar precios y éstas son las conclusiones.
En la primera tienda he visto que las zapatillas que me gustaban valían 10,90€. Bueno, están muy bien de precio. Me quedan bien y encajan con la idea que tenía. Es un precio muy razonable para unas zapatillas de este estilo.
En la segunda tienda he visto otro modelo con algún detalle extra en la zona del tobillo. Son muy similares a las anteriores, pero caramba!, valen 26€ (¡un 138% más!). Me sale caro el adorno del tobillo!. En cualquier caso, es «una cantidad que me puedo permitir«. Además me puedo llevar dos pares con una fantástica oferta: 36€. Curiosamente, el segundo par me vale lo mismo que en la primera tienda. ¿Quizás la oferta no es tanta oferta?
Decido pasar por una tercera tienda, donde quizás pueda obtener más información sobre las zapatillas rojas que me gustan. Pero cuál es mi sorpresa cuando veo el nuevo precio: 65€. En este caso no me ofrecen ningún adorno extra y son sospechosamente parecidas a las primeras. La diferencia es la marca, pero el resto es muy similar. ¿Realmente la marca justifica un incremento de precio de un 500%? Por supuesto que si, porque cada bolsillo debe elegir el precio que está dispuesto a pagar.