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¡Cuánto ha cambiado la industria del yogur desde las antiguas yogurteras de nuestras madres hasta hoy!
Pero si hay algo que me gusta de esta industria, es su capacidad para adaptarse a los tiempos vendiendo a los consumidores cualquier cambio como algo realmente nuevo y revolucionario.
Por ejemplo: los primeros yogures destacaban por su tacto suave, con sabores de frutas pero sin grumos. Luego nos ofrecieron todo lo contrario: «con trocitos de frutas«. Así pasamos a aceptar con gusto los agradables tropezones frutales.
Otro ejemplo: en la época en la que «todo lo light» comenzó a estar de moda, la materia grasa de los yogures podía desequilibrar tu dieta. Por eso la industria del yogur, siempre atenta a las tendencias nutricionales, inventó el yogur desnatado. Al tiempo, nos descubrieron todo lo contrario, el yogur griego, que si por algo destaca es por la gran cantidad de grasa que incluye en su fórmula. Un desnatado o un griego no tienen por qué ser malos productos por estar en el extremo de las opciones. Cada uno tiene su público y el buen vendedor debe saber posicionarlo y encontrar su nicho.
Más ejemplos: ¿Te parecen ácidos los yogures? Te los ofrecemos «azucarados«. ¿Demasiada azúcar en tu dieta? Te los hacemos «sin azúcares añadidos«. ¿No te gusta el sabor de la leche? Te ofrecemos yogures de soja. ¿No te gusta la soja? Te proponemos yogures sin lactosa, de leche de cabra o de kephir.
Y así hemos llegado al mundo de posibilidades que tenemos en cualquier supermercado cuando visitamos la sección de los yogures. Siempre hay una opción para cualquier gusto y necesidad. No podemos decir que la industria del yogur no es innovadora y dinámica. Son sin duda, un ejemplo a seguir para otros muchos sectores de actividad.
Sólo hay algo que podemos echar en cara a los yogurteros: un poquito de imaginación para los nombres de los productos. Activia, Densia, Sannia, Savia,… no sé a ti, pero a mi me parecen todos iguales.