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Cualquiera que se dedique a la venta, necesitará presentar su empresa y sus productos con solvencia. Es un ritual que se repetirá a menudo como parte de su trabajo.

Como vendedores, tendemos a sofisticar los mensajes hasta un punto en el que complicamos en exceso las palabras y las formas con las que nos dirigimos a nuestros clientes y olvidamos que como en otros muchos ámbitos: MENOS ES MÁS. Simplificar el mensaje es vital para que nuestras propuestas sean fáciles de entender. Por eso me ha gustado mucho este post de Inc.com, donde nos cuentan todo lo que un niño de 9 años nos puede enseñar sobre la venta.

Como complemento a este post, he aprovechado para recordarme a mi mismo una pequeña lista de principios que no debo olvidar cuando visito a mis clientes:

1.- ¡Puntualidad!: Si llego tarde estaré más centrado en la excusa de mi retraso que en el motivo de mi visita

2.- Personalizar el mensaje: no aburrir con productos que no aplican en el sector de mi cliente

3.- Olvidar las generalidades y centrar el tiro: ya sabemos que mis productos tienen un «alto valor añadido«, «incluye ventajas competitivas únicas» y «generan interesantes sinergías«. ¡Y las patatas fritas también! Por eso, olvidemos las generalidades ¿en qué puedo ayudar a mi cliente en concreto?

4.- Escuchar más que hablar: No visito a mis clientes para aburrirles con un monólogo. Hay que formular preguntas abiertas y escuchar

5.- Adaptar mis palabras: El mensaje cambia en función del interlocutor. Usaré palabras distintas con un técnico, con un responsable de marketing o con un directivo

6.- Transmitir las ideas con pasión: tengo que convencer y transmitir optimismo y entusiasmo en lo que hago

7.- Nada de Powerpoint: Se consigue mucho más con un diálogo animado y bien dirigido. Olvida el Powerpoint en la oficina