
Estoy leyendo en estos días «El fin del trabajo» de Jeremy Rifkin, un ensayo sobre economía laboral escrito en 1994, al que llegué por una recomendación de Santiago Niño-Becerra. No es una lectura agradable, porque las conclusiones a las que llega son duras: el paro a nivel global no va a bajar y conllevará en el largo plazo el fin del trabajo tal y como lo entendemos hasta ahora.
Por resumirlo rapidamente, Rifkin cuenta que durante muchos años, la revolución industrial absorbió grandes cantidades de trabajadores que emigraban huyendo del campo. Era una vida dura, con jornadas laborales extenunates en entornos sucios y desagradables, pero al menos los trabajadores se aseguraban que no sufrirían las largas temporadas de hambrunas del campo. Además las condiciones laborales fueron mejorando poco a poco a golpe de conquistas sindicales.
Años después, la industria comenzó a modernizarse: las mejoras en los procesos, las maquinarias cada vez más sofisticadas y la robótica hicieron que las personas fueran sobrando en el entorno industrial, pero no podían volver al campo porque allí también habían avanzado mucho tecnológicamente hablando y ya no era necesaria más mano de obra. Pero las sociedades llevaban años desarrollando el sector servicios y el conjunto de administración pública más la banca principalmente, comenzó a absorber el excedente de trabajadores que en muchos casos salía del sector industrial o que lo abandonaba atraído por las mejores condiciones del nuevo sector servicios.
Y así llegamos al momento actual: el sector servicios lleva 15 años de redefinición, principalmente por la mejora de los procesos, la revolución de Internet y los ordenadores, experimentando una continua sustitución de personas por software. Además, la crisis actual ha acelerado enormemente las cosas. El sector servicios, que había sido refugio de todos los excedentes laborales, lleva años generando más paro. Ni el sector industrial ni el campo generan ya trabajo y lo peor de todo, no hay ningún nuevo sector en el que se pueda asumir el excedente de factor trabajo. El incremento natural de población tampoco ayuda. Asistimos en nuestros días a la caída del último de los bastiones para el empleo, el sector público. Nunca antes habíamos visto despidos masivos de funcionarios. Un reducto laboral intocable hasta ahora.
Por eso, la teoría de Rifkin es clara: el paro en el largo plazo no va a cambiar su tendencia. Habrá momentos en los que dicha tendencia varíe ligeramente, pero en su directriz de largo plazo, el paro seguirá creciendo en todo el mundo. No hay marcha atrás.
Rifkin apunta algunas soluciones: el reparto del trabajo, la flexibilización, la vuelta al trueque (a través de los cada vez más conocidos bancos del tiempo) o el empleo en el demoninado tercer sector o economía social. Pero lo que está claro es que ni las medidas proteccionistas «a la europea» son la solución, ni tampoco lo son las medidas liberales típicas de EEUU. De hecho, Europa tiende actualmente a adoptar medidas «a la americana» que en EEUU llevan practicando décadas y que sin duda no han resuelto su problema del paro. Todo lo contrario, sigue creciendo. Está claro por tanto, que las soluciones apuntan a otras direcciones. Por ejemplo, Rifkin habla de una mayor flexibilidad: ningún empresario puede preveer o controlar el flujo de la demanda, por eso debería ser posible para los empresarios que los horarios laborales se flexibilizaran para acompañar a la demanda a cambio de periodos vacacionales más extensos, formación, incentivos, etc.
Hay otro factor que nos está llevando a esta situación extrema: la búsqueda de la eficiencia. Soy el primero que critica duramente la falta de eficiencia de la Administración Pública Española y de nuestro sector bancario. En muchas ocasiones, se implementan procedimientos absurdos e inservibles que sólo buscan justificar la existencia de un departamento. Estas prácticas son típicas del entorno público y el bancario.
Está claro que la eficiencia es el camino a seguir en el futuro, pero al mismo tiempo tiene una consecuencia muy dura. Supongamos que pudiéramos detectar y solucionar las ineficiencias de la Administración Pública y la Banca española: esto generaría sin lugar a dudas el excedente de centenares de miles de puestos de trabajo. ¿Qué hacemos entonces con todas esas personas? Es más, si llevamos al extremo esta situación de búsqueda de la eficiencia en todos los sectores de actividad, con el nivel tecnológico actual, habremos generado un entorno laboral donde sólo habrá hueco para una élite de directivos, grandes gestores y técnicos especializados, unos empleados de lujo que dejarían fuera de juego a una inmensa parte de nuestra sociedad.
Todos los que no formaran parte de esa élite, se encontrarían con la realidad de su situación: parados de muy larga duración sin ninguna esperanza de encontrar trabajo. Siempre será más fácil sustituirlos por máquinas. Este camino nos conduciría a una sociedad de castas: las élites profesionales y la gran masa de trabajadores humildes abocados a no tener ninguna ilusión ni esperanza. En este nuevo órden social, les arrebataríamos la posibilidad de tener un futuro. La situación hacia la que evolucionamos es una situación sobradamente conocida: castas, norte y sur, ricos y pobres, nobleza y pueblo, pero donde curiosamente quién marca en qué lado estás no es tu linaje, tu procedencia, el color de tu piel o tu sexo: es simple y llanamente tu trabajo.
«La completa sustitución de los trabajadores por máquinas deberá llevar a cada nación a replantearse el papel de los seres humanos. La redefinición de oportunidades y de responsabilidades de millones de personas pertenecientes a una sociedad carente de empleo masivo formal, será probablemente el elemento de presión social más importante del próximo siglo» (J. Rifkin)
Llevamos muchos años en los que la vida de las personas pivota alrededor del concepto actual de trabajo: las semanas laborales, levantarte, ducharte e ir a trabajar, los atascos, las pagas extras, etc, todo gira entorno al trabajo. Incluso hasta el concepto actual de «vacaciones«. Por eso Rifkin habla de un futuro en el que el trabajo debe ser completamente redefinido. Deberíamos acabar con esa dependencia que tenemos de nuestros trabajos. Hemos generado unas sociedades con unos gastos brutales que debemos mantener con el trabajo de todos. Pero y si fuese en este ámbito donde aplicaramos la eficiencia, ¿qué pasaría si nuestros gastos como sociedad fueran optimizados y todos tuviéramos que trabajar mucho menos para sostenernos? Esta idea nos lleva mucho más allá de flexibilizar o repartir el trabajo. Los beneficios del trabajo deberían repercutir en una sociedad que disfrutara de que todo fuera más fácil. En definitiva, todos tendríamos que trabajar menos y disponer de más tiempo libre y más oportunidades por el simple hecho de aplicar la tecnología actual y la eficiencia en nuestra sociedad.
«Si no se reparten las enormes ganancias de la productividad, resultado de la revolución propiciada por la alta tecnología, sino que se emplean principalmente para aumentar los beneficios de las empresas, los accionistas y los ejecutivos, las probabilidades de que la crecientes diferencias entre los que lo tienen todo y los que no tienen nada conducirán sin duda, a disturbios sociales y políticos a escala internacional» (J. Rifkin)
Llegamos así al experimento social, casi utópico, que propone el Proyecto Venus, una organización internacional que nos presenta un modelo de sociedad hiper-tecnológica donde el trabajo lo llevan a cabo las máquinas, un mundo de abundancia, libre de servidumbres y deudas mediante la aplicación inteligente de la ciencia. Según el Proyecto Venus, el estado de desarrollo tecnológico actual, bien implementado, permitiría vivir a todo el planeta sin trabajar. Máquinas y tecnología pensadas para que la vida humana fuera infinitamente más fácil. Visita su web donde describen el proyecto. De verdad merece la pena detenerse un rato en ella y soñar con un mundo mejor.
«Es posible imaginar en el siglo XXII una tecnología inteligente que sustituya gran parte de la mano de obra humana, lo cual permitiría a la mayoría de los seres humanos la educación y formación en un determinado dominio cultural. Al fin y al cabo, el trabajo debería ser una tarea de las máquinas. Las personas, en cambio, deberían ser liberadas del trabajo para poder generar valor y reforzar la idea de comunidad compartida. La liberación del trabajo de modo que el individuo pueda aportar más a la creación de capital social en la sociedad civil, representa un gran avance potencial para la humanidad del siglo que viene. Lo que se requiere ahora es la voluntad y la determinación para iniciar este viaje humano supremo» (J. Rifkin)
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